Me llamo Sócrates y siempre he sabido que soy adoptado. Pero hasta hoy, ignoraba cómo fue todo.
El día de su cumpleaños, mi padre biológico recibió la llamada de su ex: acababa de tener un hijo. Con una resaca de campeonato y en plena crisis existencial adolescente, fue corriendo al hospital. Su misión era, en teoría, entregarme a mis padres adoptivos, una familia de las de verdad, donde no me faltaría de nada. Pero cuando me vio, lo tuvo claro: antes, me llevaría a conocer a mi bisabuela Bob. La viejecita, por cierto, vivía en la otra punta del país...