Strokkur, un pequeño dragón, recibe el encargo de su padre de quemar el pueblo vecino; así, como manda la tradición, demostrará que ya es mayor y que es un auténtico dragón. Sin embargo, Strokkur no encuentra motivo para hacerlo. Obediente, acude al pueblo para cumplir el encargo, pero los distintos habitantes que encuentra en su recorrido le van convenciendo de que hay un lugar mejor para quemar que el que él se plantea inicialmente. De ese modo, Strokkur va entablando relación con los vecinos y encuentra la solución al dilema de ser un auténtico dragón y no hacer daño a sus nuevos amigos: el padre verá a través de un dibujo que los habitantes del pueblo ya le consideran un fiero dragón sin necesidad de quemarlo todo.