Inquieta y curiosa, la pequeña Matilde se asoma a hurtadillas
al estudio de un artista y sale huyendo con uno de sus pinceles,
con el que decide dibujar un dragón. Para su sorpresa
-y la de los lectores- la criatura trazada salta de la pared
y comienza a recorrer la ciudad, hasta que se desentiende
de la niña y empieza a cometer travesuras. Afortunadamente,
el pintor aparece en el momento oportuno y de máximo suspense
para ayudar a Matilde, restableciendo la normalidad.
Todo transcurre en una ciudad gris y aburrida, donde la gente
camina cabizbaja y ajena a lo que sucede a su alrededor.
La presencia del color -que adquiere un valor simbólico- se reduce
a la figura de la protagonista, el taller del artista y los personajes
que salen de sus pinceles, algunos de los cuales también habitan
libremente en las calles.