Contiene y proyecta este último libro de poemas de Juan Cobos Wilkins dos hondas imágenes simbólicas y complementarias: la de un mundo, un tiempo, una forma de vida, que el poeta, testigo, ve desmoronarse en paralelo a la existencia propia. A ambas, fundidas en una, sólo puede responder de una forma activa: escribiendo. Muy presentes en sus versos están la desolación, el desamparo, la indefensión, la orfandad, el extrañamiento, el desarraigo, la contradicción hermosa e hiriente de existir. Estamos ante un libro en el que el vértigo y la serenidad no son contrarios, y soledad y belleza llevan alianza. Un libro marcado por las ausencias, las pérdidas, la asunción del dolor y la conciencia del compromiso solidario con el sufrimiento del otro. Construido con, desde y sobre el vacío, el poemario tiene el paso del tiempo como ritmo mismo de sus versos en los que se abren la transparencia de la infancia y el hálito del amor, capaces -a pesar de que el mundo se derrumba– de lograr todavía la magia, el asombro, la alada metamorfosis que desafía a la muerte.